domingo, 6 de marzo de 2011

El cielo en el que habito


Es entonces cuando te pierdes en ese inmenso mar de sentimientos, emociones que superan cualquier conocimiento o costumbre sobre la materia. Las cosas se rompen como cualquier cristal, extraviado de emociones y sentido de sabores desconocidos, disfrutando los instantes, sin planes a futuro inmediato.

Es una niebla espesa, donde incluso respirar significa un esfuerzo importante, los latidos se aceleran y se escuchan a distancia viajando como pequeñas ondas en el aire. Palpito lento buscando mi paz, saboreando la niebla en la lengua, sintiéndola romper contra mi piel a medida de mis pasos.

Todo es un bosque disfrazado de desierto, situado en algún punto olvidado del cielo, donde dueles, donde lloras y la luna te acompaña formando un eterno mar de lágrimas; donde te pierdes, donde me encuentras y me descubres los miedos y las fobias, los demonios que llevo dentro y las cargas en la espalda.

La luna volteó la cara, despertó llorando soles que palidecieron lentamente; mientras yo cuento una historia imaginada a voces, la historia perfecta de mis dedos volando hasta tu espalda, rompiendo el eco de la distancia que predije terminaría con nosotros.

El mundo de cabeza donde los árboles escriben poemas tristes en sus raíces, donde no soy yo sino otro, con más raspones mentales y ataduras, con menos sueños y colores en los que pensar. Escribiendo y dedicando poemas a quien creí los merecía, en este pedazo de cielo tan lleno de algodón en el que habito, en el que me pierdo... en el que me encuentro y me sé, tan falto de ti que me siento real, tan vivo... entero.

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